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Eloy Martos Núñez y Aitana Martos García. 2018. “Categorizaciones de la lectura y praxis cultural en la era digital: distant reading vs. close reading”. Investigación Bibliotecológica: archivonomía, bibliotecología e información 32 (74): 19-33.

http://dx.doi.org/10.22201/iibi.24488321xe.2018.74.57904

 

La distant reading podría equiparase en principio a un modo extensivo de lectura, a una lectura comunitaria que no se fija sino en ciertas informaciones “superficiales”, por ejemplo, las sinopsis con que todas las páginas de Internet tratan de hacer una especie de booktrailer. Sin embargo, la intención de Moretti (2000) es generar un distanciamiento que es equidistante a los métodos tradicionales de la inducción o la deducción, se parece más bien a la transducción, en el sentido de pretender que el material analizado con estos métodos nos ayude a construir nuevas categorías y aproximaciones. Esta lectura alejada privilegia la reducción y la abstracción en detrimento de la interpretación.

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La educación lectora ya no se puede separar de la cultura mediática y digital, ni de la propia infraestructura de la industria del entretenimiento. Las historias ya no se cuentan simplemente por vía oral o a través de los libros impresos, sino a través de numerosos lenguajes y soportes, que constituyen lo que se ha dado en llamar el universo transmedia. Por todo ello, se hace necesario el procesamiento masivo de datos, y por eso Franco Moretti (2013) ha postulado el concepto de distant reading como una forma de distanciarnos del objeto en sí y de tratar de tener una visión de conjunto que permita hallar patrones y constantes significativas. [...] Esta abundancia de datos ha llevado a demandas cada vez más intensas de descentralización, de colaboración y de publicación en abierto.

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Por otro lado, hablamos de Internet como “océano de la información” más allá de una mera metáfora: la idea del texto líquido y de la modernidad líquida (Martos Núñez y Martos García, 2014) supone reconceptualizar el texto no como un discontinuo, una obra acotada, un volumen o pieza bibliográfica, sino como un continuum creativo que en efecto se puede descomponer y recomponer, no ya en los capítulos clásicos de un libro sino en episodios, en antecedentes y prolongaciones (precuelas y secuelas), en una variedad de fragmentos que no ya el autor sino el editor o incluso el lector es capaz de “integrar” dándole un sentido nuevo.

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En el fondo de estas transformaciones lo que hay es una praxis cultural radicalmente distinta: la lectura ya no es una simple práctica de formación humanística sino una práctica de consumo en toda su acepción; se acomoda, pues, al mercado, y participa del mismo marketing, modas y presiones propias de la industria de la lectura con sus nuevos soportes y tecnologías. El narrador clásico, por ejemplo, se ha transformado en un narrador transmedia o en un storyteller digital cuya historia es “remediada” continuamente (Bolter, Grusin y Grusin, 2000), es decir, salta de un formato a otro, aprovechando lo que Besson (2004) llama la porosidad de estos universos de ficción. De este modo, lo que estaba en el libro de texto impreso clásico ahora “salta” a otras plataformas y lenguajes, y, por tanto, la educación lectora y literaria clásica se va transformando cada vez más en una suerte de educación del consumidor, de promover no ya el lector culto propio de Chartier (1992), de la cultura letrada, sino al menos un lector informado, capaz de (ob)tener criterios por sí mismo para elegir y defenderse de estereotipos o de ciertas lecturas “tóxicas”.

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En cierto modo, lo que hay tras la distant reading es lo mismo que en la close reading, aunque con estrategias bien distintas: se trata de un modelo conversacional, dialógico, de enfrentarse a la lectura para extraer su potencial de sentido, aunque la distant reading lo hace con las “gafas de lejos” y la close reading con las de cerca, si se nos permite la analogía.

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La paradoja de una lectura distante es que una aproximación a los textos sin ese carácter experiencial y participativo nos impide lo que es esencial en el lector experto, que es (re)significar la obra a partir de una construcción activa del sentido y nos vuelve a los métodos de un lector ingenuo, que procesa todo de la misma manera.

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En realidad, el modelo que preconiza la distant reading es utilizado por motores de búsqueda y robots que procesan gran cantidad de libros para recomendar nuevas lecturas.

 

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