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Littau, Karin, Teorías de la lectura: libros, cuerpos y bibliomanía, Buenos Aires,  Manantial, 2008, pp. 37-38; 41-42.

De la lectura en voz alta a la lectura silenciosa

Cuando llegó a la antigua Grecia el alfabeto de los fenicios, en el siglo VIII a. c., la escritura era un instrumento destinado a ayudar a la memoria, que sólo registraba la palabra hablada [...]. Como la cultura oral de esa época se fundamentaba en la divulgación del conocimiento por medio de lecciones que tenían el carácter de actuaciones públicas, el discurso descansaba primordialmente sobre el sonido, el diálogo y el debate público.

Lo que se registraba por escrito en tablillas de arcilla, madera o cera y, posteriormente, en rollos de papiro o pergamino, no era algo que se pudiera transportar ni leer con tanta facilidad como el códice manuscrito o el libro impreso. Como la naturaleza de las superficies hacía muy engorrosa la escritura, pero también obligaba a los escribas a apiñar letras y palabras para hacer un uso económico del espacio a su disposición·(cf Landow, 1996, pág. 217), hasta los rollos más flexibles planteaban dificultades para el proceso de lectura y de escritura.

[...] Además, como en el texto escrito prácticamente no había separación entre palabras ni puntuación para tomar aliento,

 

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y cómo surgía el sentido de esa corriente ininterrumpida de palabras (cf Ivan Ilich, 1992; citado en Gauger, 1994, pág. 31).

Hasta la alta Edad Media, fue muy poco lo que cambió en Europa. Pese a la aparición del códice en los siglos III y IV (cf Martin, 1994, pág. 59), que permitió una distribución más organizada de lo escrito por medio de la paginación y los índices, facilitando así la posibilidad de hojear las páginas y la recuperación de conocimientos, no fue sino cuando se introdujo el espaciado entre palabras en el siglo VII y se generalizó su uso sistemático a partir del siglo XI que comenzó a divulgarse un modo de lectura menos corporal que, en lugar de recurrir al movimiento de los labios y el murmullo, era silencioso y visual (el Saenger, 1997).

La lectura silenciosa -que permitía leer más rápidamente o a gran velocidad con los ojos y, por lo tanto, leer más- fue adoptada en las instituciones del saber alrededor del siglo XII, y dos siglos más tarde también por la aristocracia laica (el Chartier, 1995, págs. 154-216; 1989c, págs. 1224-5). [...] y aunque la lectura silenciosa se difundió cada vez más entre los lectores instruidos (y es, sin duda, el modo predominante hoy en día), no se infiere de allí que todos los lectores adoptaran ese método ni que todos los textos se organizaran de esta manera, fueran manuscritos o impresos.

En los textos literarios mismos estaba implícita la costumbre de leer en voz alta como lo prueban las numerosas referencias a personas que escuchan leer en el Quijote de Cervantes (1605, 1615), Y ése continuó siendo el modo predilecto de lectura como entretenimiento para la familia y los círculos sociales tal vez hasta la invención de la televisión.

 

Leer en soledad

 

Si bien la práctica de leer en silencio precedió a la invención de la imprenta y no fue consecuencia de ella, la inclinación por leer en soledad debe atribuirse a una tecnología que, por una parte, la hizo posible y, por la otra, fue adoptada rápidamente por la teología/ideología luterana incipiente. El avance del protestantismo durante los siglos XVI y XVII, que ponía el acento en la relación directa, privada e internalizada entre la palabra de Dios y el individuo." y rechazaba el respeto católico a la función del papa y los sacerdotes como mediadores de la Palabra Divina, fomentó la lectura y relectura solitaria de las escrituras, y acabó así en costumbres más individualizadas de lectura [...]  Según ha demostrado Matei Calinescu, una vez que el contacto con la Palabra de Dios se transformó primordialmente en un asunto privado, se consideró la Biblia como un texto de "autointerpretación", [...]  la lectura solitaria es ya un indicio del individualismo que tomó por asalto a Europa en el siglo XVII y, que, en la esfera literaria, como veremos, dio origen a una forma -la novela- que no sólo puede generar una relación más íntima entre el texto y el lector, sino que constituye un género "que 'autoriza' el papel del lector como intérprete", según Mijail Bajtin (citado en Davidson, 1986, pág. 45).

[...]  los individuos podían conseguir libros para leer en privado y los autores dependían cada vez más de las ventas.

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